Mr. ElonGod, alias Muskito (insecto sediento de hemoglobina del dólar), en su cruzada magnánima de acercar Internet a los rincones más escondidos del planeta Tierra, ha recibido un revés inesperado. El Estado Plurinacional de Bolivia –por ahora– le ha dicho nanay a la incursión de su sistema satelital y ha preferido seguir –por ahora– con el servicio chino que utiliza desde hace unos doce años. Resistirse a estos dueños del New Olimpo no está mal. ¿Lo está continuar plegados al aparato del ombliguismo de la China? Lo que sí está bien es que a vaqueros así se les den pequeñas lecciones. Puede ser que su servicio sea más fiable, tenga mejores prestaciones y todos esos perendengues, pero también se conoce que quien se suscribe queda atado a seguir pagando más o menos unos US$45, quiéralo o no, pues sus “políticas” amenazan con no poder emplearlo de nuevo si decides serle infiel. Una purga, sin más. Él, tan dadivoso y humanitario se preguntará con la mano en el corazón: ¿por qué la señora tal, nacida en Julaca, un pueblo perdido de aquel país y a más de 3.600 m.s.n.m. no puede ver a un “tiki-toki” sacando músculo en minicalzoncillos? ¿Por qué su marido tiene que perderse a una “tiki-toka” mostrando nalga en minitanga? ¿Por qué privarlos del diccionario quechua-inglés, inglés-quechua? ¿Por qué un pueblo por donde pasa el tren pero no se detiene, va a perder la oportunidad de contar con Internet de 34 ms de itinetancia y con velocidad de 16 Mpbs?
Cualquiera también podría preguntarse si a esa señora que viste su pollera colorida y su bombín (también importado, pero atuendo oficial del altiplano), o a un señor de la Amazonia, que aún no luce bluejeans (¡vaqueros!), les interesa o necesitan esas “cajitas tontas” que son el televisor, el computador personal o el teléfono móvil. Son soberanos si quieren acceder a esos adelantos alienantes dirá otra, y convertirse en muy tecnológicos y antianalógicos, en muy borregos, como galeotes atados a su cadena. Esos aparatajes que con algo de voluntad sólo olvidamos en las noches cuando viajamos al terreno de las muertes efímeras. Porque el sueño es eso, liberación. Estos pobres, pobrísimos habitantes de sitios remotos, como los nativos de América, África o el Pacífico Sur, no es que se resistan a estas maravillas, de hecho, ya vienen siendo colonizados por las ondas y las pantallas. Pero la tentación, más si se es joven, llegará del todo porque llegará, con el completo derecho constitucional que les asiste. Sí, serán presa de estas irrupciones orwellianas y sus intenciones sospechosas. (Y no es paranoia). Gracias a esta clase de brillantes empresarios, porque lo son, estas personas ya no tendrán que acudir al vademécum que tienen en la espesura de la selva, del bosque o de la puna; ni a la enciclopedia que es el anciano de la tribu, ni a su vocabulario agonizante; mucho menos al Maps que ellos dominan mirando al cielo, ni tendrán que repetir el reel todas las noches contando historias de mitos y leyendas, que no son otra vaina que literatura hablada, como un podcast atávico sin micrófono de altísima definición.
Igualmente, gracias a él los nómadas digitales –esa otra tribu que encarece las ciudades– podrán irse a trabajar a la Patagonia, a la Polinesia o a la Porra con sus “compus” y sus ínfulas. Recuerdo que un entrañable amigo dice: “el que tiene plata, marranea” (del verbo aprovecharse, mangonear) y nace otra pregunta: ¿será que a este Muskito no le apetecerá largarse con sus antenas a Marte, en una de sus naves espaciales?