Con plumas en la lengua

—Lo que es quitarle el pan de la boca a los demás…

—¿Lo dices por mí?

—No, estoy hablando con el árbol…

—Tengo todo el derecho de estar aquí, aunque no lo creas o no lo quieras.

—A mí no me tutee aunque le vea tan a menudo, como a muchas de ustedes.

—Como quiera, pero no dejo de percibir un tono, digamos, xenófobo.

—No me venga con esas, pero lo cierto es que yo soy de acá, de toda la vida.

—Y nosotras, una especie invasora, ¿cierto?

—Usted lo ha dicho.

—Según la Declaración Universal de los Derechos…

—Ustedes siempre enredando con su labia; desde que llegaron todo se ha trastocado.

—Tengo legitimidad para comer una miga de pan tanto como tú, como usted.

—Están por todas partes, con su jerga, alterando la paz en plazas y parques con tanta algarabía. No es por nada, pero nosotras vivimos acá desde antes de que derribaran las murallas y proyectaran esta plaza.

—Las circunstancias nos trajeron acá y ahora tenemos que sobrevivir como cualquiera. ¿Quién es para juzgar? No veo por qué una especie catalogada como plaga venga a darnos lecciones.

—¿Qué quién soy? Soy la paloma bravía, Columba livia, para ser precisos. Aunque Esos nos digan palomas y hasta ratas del aire o algo así.

—Y usted me dirá cotorra argentina, pero soy Myiopsitta monachus, y como a ustedes también Esos nos acusan de ser causantes de algunos males y otros desastres; dizque somos vectores patógenos de enfermedades pulmonares, pero exageran como siempre.

—Mire, allí viene el señor ese con el pan. ¿Te has dado cuenta que algunos siguen escondiéndose detrás de una máscara? ¿Será por vergüenza?

—Esos no tienen vergüenza. Desaparecieron un tiempo y reaparecieron enmascarados. Nos querían matar de hambre, pero no, regresaron con su limosna. ¡Vamos!

—¡Deja! Yo voy por mi cuenta y lo que es allí abajo, no te conozco.

 

Transcripción de un audio ilegal tomado en la Plaça de Catalunya de Barcelona a las 9 a.m. de un domingo.

No está de moda el tema, pero hoy en día cerca de 90 millones de personas han sufrido desplazamiento forzado en el mundo a causa de guerras, hambre y persecución, generando xenofobia, discriminación y otras hostilidades.

Se vende planeta*

—Cómo se les ocurre eso, no había escuchado tamaño despropósito, ¿es que no tienen más que inventar? Sí, el nivel del mar ha subido ocho centímetros en lo que va de siglo. Y qué, pues corres la toalla un poco para atrás. Y si vas sólo en vacaciones, pues qué más da. ¿Que se han perdido más de 250.000 km2 de bosques en 2021 por deforestación o incendios? Eso es el área de la bota italiana sin el tacón y sin Sicilia. Cuál es el problema: sembramos ganado que da empleo, leche, cuero y carne, ¡qué mejor!, salsa boloñesa para todo el mundo. Y todavía se quejan de los 13.000 km2 despejados en la amazonia brasilera. Serán, a ver, a ver, como 790 canchas de futbol. Qué desperdicio mantener tanto árbol, tanto bicho, tanta tierra sin construir, sin sembrar; es una pena no aprovecharla. Que tal hacer unas casas, bueno, casuchas para tanto refugiado que hay en el mundo; haríamos una gran obra social y como sabemos que la guerra va por barrios, pues los echamos cuando toque, que campo hay en el desierto. ¿Que en los mares nadan más de 6 millones de toneladas de desperdicios? Ese es el peso de un millón de elefantes, pero como quedan más o menos unos quinientos mil orejones, pues…. Qué quieres, ¿guardo la basura en el closet? Además, agua es lo que sobra en los mares. De no estar en el negocio inmobiliario, embotellaría agua marina. Claro. Clarísimo. Sí.

         Y cómo te parece lo de la desaparición de las especies. ¿Tanta bestia suelta sin sacarle partido? Escamas de pangolín, cuernos de rinoceronte, marfil, cartílago de tiburón; si desaparece tanto animal será por algo. Figúrese qué sería de los museos de paleontología si esas alimañas todavía estuvieran asechando nuestras fincas, matando nuestras vacas. Dime, ¿de qué me sirve a mí un castor si vivo a miles de kilómetros? Bueno, un sombrero no me vendría nada mal. Y si es de copa, mejor, para la posesión sería ideal, además lo pondríamos de moda. Eso. Eso. Déjame pensarlo, tengo unos colegas en Canadá. Ni me nombres la grulla coronada, sí, no niego que es un pajarraco atractivo pero no sirve para nada; preferiría salvar un hangar de pollos, que esos sí rinden y dan de comer a mucha gente; además nadie hace cruzadas para salvarlos. Y ni mu sobre las emisiones de CO2.

         ¿Que por qué sé todos estos datos? Pues porque no hago más que espantar oenegés, fundaciones, twitteros, infuencers y toda esa fauna defensora de lo indefendible. Y porque hay que estar en la jugada. A propósito, estoy explorando comprar unas tierras en el pirineo aragonés o en los Alpes franceses. No, cerca de glaciares no; hay terroristas que los están descongelando para echarnos la culpa. Las más baratas están en Los Andes, mejor que sean a partir de los mil doscientos metros sobre el nivel del mar. Hay que comprar ya; en cincuenta años valdrán mil veces más. ¿Qué por qué? Ah, olfato…Y hay que pensar en los hijos ¿No te interesa invertir?

 *Conversación telefónica, bueno, monólogo de un señor que podría ser una señora, de profesión electoral y emprendedor, que no hace otra cosa que expresar lo que piensa y lo que planea, porque sabe muy bien que tiene derecho a pensar y a planear. Ella, que podría ser él, está segura de que a la vuelta de pocos toques de calendario las masas sensatas aplaudirán el triunfo de las ideas correctas y que el mundo —aunque inundado o polvoriento, achicharrado o emparamado— estará en inmejorables manos.

Pequeñas grandes costumbres

Húbose una vez un profesor de música que enseñaba en un colegio de secundaria; también era serenatero, práctica ejercida –como debe ser– a horas terciarias y con variables dosis de alcohol que el señor acusaba en sus clases, las cuales eran un auténtico relajo, dado su carácter apocado y por su aliento traído del infierno. Sus alumnos, (cuando asistían a clase) se dedicaban a torpedear sus lecciones que se suscribían a enseñar las notas musicales y todas las arandelas del contenido de la materia, una de esas asignaturas que los pupilos calificaban de "paseo". Ante la imposibilidad de llevar el piano de la casa o el contrabajo del tío o prestar la tuba a la banda municipal, los colegiales tuvieron que comprar una flauta dulce y sintética por la que despedían los peores sonidos posibles por franco desconocimiento y por franquísimo deseo de incordiar.

         El profesor –también ladino– aguantaba estoicamente las chanzas y desplantes de sus alumnos, semana tras semana, trimestre tras trimestre, apuntando y evaluando al personal que en buen número seguía de "paseo" y claro, al final del curso a él le llegaba el turno de apretar las clavijas. Gómez, tal nota. García, esta. Ayala, peor aún, y se sumaban otros desafinados con la materia perdida, rajados, como se solía decir. ¿Derecho al pataleo? Sí. ¿Profe, le toco Los pollitos dicen? No. ¿Ni con los ojos cerrados? Nanay. ¿Pierdo la materia? Depende. ¿...? Hagamos esto: bsbsbsbsbs. ¿A dónde? Bsbsbsbsbs… En la noche, en un barrio alto, bajo una luminaria moribunda se alcanza a ver media docena de muchachos junto a una puerta de madera pintada de marrón. Se abre, aparece el profesor y pide a los alumnos que pasen rápido; entran directo a la sala, que –aparte de un par de poltronas desiguales, una mesilla con tres elefantes que dirigen sus posaderas hacia la entrada como dicta el agüero– tiene un escritorio con una lámpara potente como única fuente de luz de la estancia.

         Todos, con el rostro que no mostraron durante el curso, se acomodan por ahí; cuatro en las poltronas, otro mira un paisaje íngrimo que cuelga de una de las paredes y el sobrante se acerca al escritorio donde espera el profesor de música. Nombre. Fulano de Tal. ¿Qué trajo? Cuerdas, profe, de las buenas. Bien. El profe abre un cajón, mete el paquete y saca una faca de diez pulgadas y la amola con devoción sobre una piedra de esmeril. El alumno piensa salir corriendo, pero su necesidad lo detiene. El maestro abre una carpeta, saca el boletín de notas, busca el apellido del alumno y con la punta de la hoja afeita la tinta azul de la cifra perdedora y repara tanto agravio, tanto aguante, con un guarismo suficiente para que el insolente apruebe. Los demás siguen el ritual y entregan púas de carey, más cuerdas de guitarra y otro se ha inspirado con una botella de aguardiente. Salen, la puerta se cierra, los muchachos se abrazan y sabiendo que superarán el año sin mácula, deciden irse a tomar unos tragos.

 

         Si a esta microhistoria le quisiéramos dar un Continuará, tal vez ella daría un salto en el tiempo y veríamos a estos muchachos, a ver: uno podría ser contratista de un municipio y ofrecer buenas tajadas al alcalde; otro vendería turnos en la fila del servicio de salud y el más aventajado –previa transferencia a su cuenta en el exterior– adjudicaría la expoliación de algún recurso natural. El profe, con la jubilación a lo lejos, comprobaría que en su cajón sigue el cuchillo y que tiene cuerda para rato.

El problema es de cuchara

“Si te dan algo gratis en Internet, la mercancía eres tú”, dijo por ahí un economista belga, investigador de una prestigiosa (léase carísima) universidad barcelonesa. Podríamos intentar parodiar esta sentencia con la barahúnda electoral (léase visceral) que supura por estos días en Colombia y decir: “Si te dan algo gratis en política, la mercancía eres tú”. Pero como en política nada lo es, ensayaríamos “Si te dan algo gratis en el mercado,…” y un sinfín de combinaciones que llevarían solo una confusión mayor y por tratar de construir una máxima, se formaría un galimatías. Y para confusión los candidatos. Se asemejan a los restaurantes fusión que enarbolan la etiqueta como ignorando que Marco Polo fue su impulsor y que las migraciones ha creado mixtura gastronómica toda la vida. Recuerdo mis épocas de estudiante, cuando a fin de mes la plata escaseaba y con la valera del restaurante agotada, tocaba hacer maravillas con lo que se encontraba en la nevera o en la despensa. Eso sí era fusión y confusión, como el menú que se nos viene para la última cena de la segunda vuelta. A ver, miremos. El primer plato (léase candidato) podría prepararnos unas croquetas de tortuga hicotea –en lista de extinción– muy típicas de su tierra de origen, o de su posterior destino en la altiplanicie helada podría servir una espuma de sobrebarriga y esferificaciones de fritanga; desconocemos los efectos secundarios de estas recetas, pero se puede intuir verborrea degenerativa y petulancia crónica. El segundo, y ya con algo de llenura, podría ofrecernos un tataki de cabrito o algo como un ramen de hormiga atta laevigata alias culona (en la antesala de la lista), dados sus orígenes de oriente, así sea el de su país; como el anterior, y sin expertos consultados, podría decirse que esta dieta podría causar encabritamiento persistente o malalengüitis aguda, aunque el culito esté en el lado opuesto.

         Un revoltillo entre ideas, intenciones y actuaciones, unas buenas y otras no tanto, que dejan despistado a la mitad del electorado, que al quedarse sin su cocinero perdedor optará por “las sobras”, en una votación más de entrañas que de sesos. Si quisiéramos evocar (léase imitar) al analista Cínico Caspa, personaje del célebre y asesinado periodista, él nos habría soltado algo como que: antaño eso sí era democracia, lo de repartirnos el poder sin partiduchos malolientes, eso sí era política; el pueblo a votar, a meter el dedo índice en la tinta y la cuchara en los platos nacionales de recompensa. Eso sí era comida, en las alturas un cuchuco con espinazo, pero con ley seca, que el vulgo se emborracha y es capaz de votar otra vez y comer doble; y para los de los valles y planicies sancocho de pollo o de pescado para que les dé sueño y se despierten dentro de cuatro años para las próximas elecciones…

         Platillos estos, que se odian o se adoran y que tienen que rematarse con los postres, a ver: que el segundo (léase tal vez el primero) nos ponga dulce de apio o de grosellas –no groseras– y por parte del primero (tal vez salga subcampeón de nuevo), merengón sabanero o panna cotta para honrar sus raíces y su otro pasaporte; ¡hombre! si llegara a perder, si lo ven por ahí, díganle que en mayo de 2023 hay elecciones generales en Italia. Y a su contrincante, decirle que siempre habrá disparates por sumar y baldíos por construir. Ojalá el siguiente chef (léase jefecito) no crea que somos mercancía y sepa que gratis no es más que una palabra, aunque nos cueste votarle.

Con su música a otro barrio

         El pasado mes de abril murió el baterista Taylor Hawkins. Si no lo escucho por una radio rockera y explican que formaba parte del grupo Foo Fighters, y que además había muerto en Bogotá, pues no le habría hecho mucho caso. Entonces, de sapo (entrometido, para quienes desconozcan parte de la zoología humana de Colombia) me puse a buscar artistas de la música o la canción fallecidos recientemente, y para no ir tan lejos, averigüé los fallecimientos a partir de estos locos años veinte. Se han ido decenas en todo el mundo y que, claro, a muchos no los conozco, y digo muchos porque son más bien pocas. Con la certeza de que las selecciones son caprichosas pero ineludibles, escogí una docena, algunos que me conmovieron, impresionaron o simplemente se colaron a punta de repeticiones o a falta de medios mejores. Vamos en orden alfabético como en el colegio.

Aute Luis Eduardo. Un tipo que hizo de casi todo en las artes y aunque sólo hubiera compuesto "Al alba", habría sobrado para recordarle.

Bejerano Ana. Integrante de Mocedades, llegada al grupo después de que dejáramos de verlo a cada dos por tres en los dos únicos canales de TV. Por lo tanto no la culpo de nada.

Corea Chick. Lo conocí por la radio en mis tardes de ocio universitario. Gran teclista de jazz fusión, lo que le dio permiso hasta de colaborar con Paco, el hijo de Lucía.

Donés Pau. Barcelonés líder del grupo Jarabe de Palo. Su primera canción “La Flaca” y la última “Eso que tú me das” son suficientes para tenerlo en buen puesto.

Gareña Mario. Intérprete y compositor transmitido por contagio en telemusiccales y lo más destacable, con una sola canción: “Yo me llamo cumbia”.

Manzanero Armando. Este mancito mexicano es uno de los grandes de todos las eras; muy televisivo también y culpable de serenatas juveniles memorables.

Morricone Ennio. Supe primero sus temas que su nombre, así como cuando un cowboy preguntaba después de disparar. Baste decir que compuso la música de El bueno, el malo y el feo, entre centenares.

Oñate Jorge. Representante del cantar vallenato, soportable después de muchos aguardientes. Llamado El Jilguero de América, especie que no anida en este continente pero debe sentirse muy honrada.

Richard Little. Uno de los músicos más influyentes de la música popular del siglo XX. Si hubiera tenido la piel más clara, tal vez lo habrían bautizado el rey del rock and roll.

Rogers Kenny. Este sí lo conocí por sus discos, además de su barba, su peinado y sus canas prematuras. No puedo negar que me gustaba su voz tejana, pero desapareció así como llegó, de pronto.

Van Halen Eddie. Neerlandés de la tribu del Heavy metal, virtuoso del alarido y las cuerdas. Quien no lo conozca, puede comprobarlo en su solo de guitarra “Eruption”.

Watts Charlie. Baterista de The Rolling Stones, el único de la lista que conocí en directo; siempre allá atrás, solo, sonriendo serio, dándole a los palitos y guiando a una banda de inmortales.

          No importa cuántos años contaban ni qué se los llevó, lo relevante es que, aunque queden sus sonidos, dejan una tronera en mucha gente. Y viendo que la música de ahora es menos memorable (o que soy más viejo) dan ganas de acumular vicios y deslices y reservar tiquetes para ir más de un show, porque es innegable que cada vez viven mejores músicos en el otro barrio.

Curso lento de idiomas IV

Son tan conocidas como usadas, las frases hechas, los dichos populares y algotras formas de paremia. Recursos del lenguaje que, con orígenes diversos se han extendido a través del tiempo y los vientos hacia muchos condados, aunque algunos se queden afincados en patios reducidos. Aclaramos aquí –a través de la tergiversación o la mamadera de gallo* como es costumbre– algunas de estas locuciones que nos sirven entre otras cosas, para salir del paso y no esforzarnos en usar la mitad del diccionario.

Sin pelos en la lengua. No ahorrar palabras de tal diccionario para decir las cosas como son, aunque se tenga la lengua de trapo.

Dar papaya. Ofrecer la oportunidad al otro (o a la otra) para que se aproveche o te haga daño, así no conozca la fruta o le diga bomba o la nombre lechosa.

Hacer novillos. En parajes españoles, no asistir a clase; dicho emparentado con la tauromaquia, por eso en Cataluña se dice fer campana, o sea –a la colombiana– capar clase.

Políticamente correcto. Término adjetivado para decir todo lo contrario de lo que realmente se diría si no fuésemos ni políticos ni correctos.

Gato por liebre. Expresión de origen gastronómico para denotar un engaño, dar una cosa por otra: como hacer pasar arroz con cosas por paella o paella por arroz con cosas.

Los trapos al sol. Sacar a ventilar los asuntos privados pendientes, ojalá en público y en voz alta, aunque dichos tejidos estén percudidos o recién mal lavados.

Barrer para adentro. Más o menos todo lo contrario. Ocultar los asuntos íntimos, con trapos o sin trapos, con escoba o sin ella, con lluvia o con sol y con pelos en la lengua.

Matar el gusanillo. En algunas partes de España, zamparse tres tapas, dos vermuts y un cigarrillo, para matar el cocodrilo antes de sentarse a comer.

Pagar el pato. Tener que asumir obligaciones o recibir castigo sin merecimiento. Por ejemplo, pagar la cuenta de un suculento minino sin plumas y con sabor a conejo.

La sartén por el mango. Ostentar el poder, tener el control, mandar; aunque los poderosos, los controladores y los mandamases, nunca hayan freído un huevo.

*Mamar gallo. En La Colombie y algunos solares vecinos, tomadura de pelo, burlarse de alguien a través de la palabra, de la labia o de la lengua, según lingüistas y otros lamedores.

Costar un ojo de la cara. Dícese de ciertos artículos con cifras inalcanzables para algunas (os) compradoras, que darían –de tenerlo– su tercer globo ocular para conseguirlos.

Pasar al papayo. Sentencia muy colombiana: matar a alguien, asesinar personas, desaparecer ciudadanos o sacrificar animales, por dar papaya o sin darla.

Como quien no quiere la cosa. Novillos, gatos, liebres, gusanillos, cocodrilos, patos, gallos. Así, con disimulo, apoyamos nuestras miserias en el otro reino animal.

Los demás Cursos los encuentra en ediciones anteriores, bajando, bajando, “porsiacas”.

¡Clic! un muerto

         Soy un fotógrafo, medianamente conocido, ayúdame, resbalé y caí en la acera. Me estoy congelando. Mademoiselle, socórrame. ¡Garçon, llame a emergencias! Soy una persona que tuvo un accidente, ayúdenme, mañana saldrán en los periódicos como héroes… Esto podría ser el grito callado de un hombre inconsciente tirado en el suelo, extraído de un mal cuento. Pero el cuento es que es una fabulación de un hecho verdadero. El pasado 20 de enero moría el fotógrafo René Robert (85), especializado en el mundillo del flamenco, etc., etc. Fue un jueves y dos días antes, en la noche del 18 al 19 cayó —por equis razón— en algún lugar de la Rue Turbigo después de salir de un restaurante, cerca de la Place de la République de París, donde su estatua principal sostiene una tabla con la inscripción: “Droits de l’homme”.

         Estuvo allí unas nueve horas a ras del pavimento, con llovizna y a unos 2ºC, en una calle donde (gracias Google Maps) a la hora del accidente, estaban abiertos restaurantes, cafés, cervecerías, coctelerías y hoteles. Una calle donde desembocan otras diez y mide algo más de 400 m. y por la que debieron transitar algunas decenas de personas aquella noche. No interesa mucho la cantidad, sino la calidad de esa gente que salió a cenar o a pasear o a emborracharse (nativos y turistas) y que no vio un habitante —tumbado en el suelo— que había estado más o menos en las mismas por el mismo lugar. Y si lo vieron, pues peor. Un clochard más, diría cualquiera, un sintecho, un homeless, un indigente, un indeseable. Un ser invisible. ¿Qué se les podía pedir a estas personas? ¿Caridad? Ahora que se envían tantos mensajes con emoticones de manos juntas (¿pidiendo rezar, pidiendo perdón, pidiendo un favor?). Y si no es la virtud teologal, entonces ¿invocamos la solidaridad? Palabras gastadas.

         Uno más. El año pasado 120 murieron a la intemperie sólo en la capital francesa. Multipliquen. Cosas del sinhogarismo, sí, ya está acuñada la palabra. Miles viven en esta situación, por miles de motivos, entre ellos la indiferencia social y la inoperancia institucional. Es verdad que muchos de ellos y ellas viven en la calle y defienden ese modo de vida, pero lo que tal vez suceda es que no saben cómo pedir ayuda verdadera o no se les sabe ofrecer. En algunas ciudades grandes, hay albergues, de día y de noche, pero son soluciones pasajeras a personas que viven así por simple pobreza, problemas familiares, de adicciones, por desplazamiento. “Si tuviera que parar a revisar cada persona tirada en el suelo en la calle por la mañana no tendría ni un minuto para ir a trabajar”, escribió un tipo acerca del hecho, en uno de esos tribunales online donde se instruye, se juzga y se condena toda la gracia y la desgracia humana.

        No descarto que no pocas almas pensarán lo mismo, y hasta les atraería hacer clic y sacarse un selfie.  Y otras se podrían preguntar ¿Dónde queda la más mínima brizna de traza humana en un acto tan simple como ayudar o pedir ayuda? ¿Cuesta tanto ese gesto instintivo? En este planeta, donde la hiperviolencia fascina, ¿qué nos puede ofrecer un crimen (porque lo es), que en lugar de sangre tan sólo nos ofreció hielo? Y otra pregunta, con respuesta: ¿Quién dio aviso a los servicios de emergencia? Pues un SDF (sí, esa es su etiqueta oficial, Sans Domicile Fixe). ¡Quién más! Por cierto, si el fallecido hubiera sido uno como el señor que alertó, un homeless de verdad, auténtico, por convicción, ni nos habríamos enterado.

Estatuing

       Se estaba contemplando oficializar un nuevo deporte, por su extendida práctica mundial y la adhesión de miles de jóvenes y otros no tanto, todos entusiastas de la pirueta, el asalto, la furia y la razón: el ajusticiamiento de estatuas y a quienes representan. Y se ha desistido, por ahora, de darle tal estatus, al detectar que tal vez se haya tratado de una moda pasajera, que como el Yo-Yo o el trompo llegan como se van, de pronto y de vez en cuando.

       La última oleada la vivimos al mejor estilo vigente, en vivo, online, in vitro y otras plataformas de comunicación, a cuenta de conquistadores, fundadores, esclavistas, genocidas y otros practicantes de disciplinas no extintas del todo. Competencias que fueron transmitidas en los estilos de pintada, derribo, decapitación o lanzamiento al agua. Monumentos como el del rey Leopoldo II de Bélgica fueron agredidos, en un rendimiento de cuentas que tal vez se queda en el fugaz acto vandálico ante una figura como la de este monarca, que por el hambre del caucho se llevó por delante cerca de diez millones de personas en el Congo a finales del S.XIX. Sí, es una forma de expresión de un sector que siente también como agresión, que estatuas, bustos, calles o plazas lleven nombres de personajes que en su momento hacían lo que se hacía en el momento, rutinas tan naturales como la trata de blancas tan oscura y tan actual, como la explotación de modistas sumergidas que surten el prêt-a-porter tan chic y tan global.

       Ya Conrad se había encargado de poner en su sitio ese período aciago de la colonia belga con El corazón de las tinieblas. ¿Por qué no tomar por ahí? Una estética puede combatir otra. ¿Qué hacer con tanto bronce, tanto mármol, tanto agravio? ¿Qué destino dar a esos erguimientos En honor, In memoriam, que fueron aplaudidos al ser engastados en sus pedestales, tan visitados y depositarios de ramos, coronas y loas? En Budapest, por ejemplo, hay un museo donde simbologías o figuras como Marx o Stalin han sido reunidas en un parque, ya no como homenaje sino como una manera de contar y deglutir la historia de otra manera, no “derribar y enterrar” al estilo de los totalitarismos, como arguye uno de sus impulsores.

        El general Lee, confederado y ahora grafiteado en Richmond, Sebastián de Belalcázar, en el grado de adelantado y a medias derribado en Cali, o un tal Colón, o un fulano Husein, son algunas de las estatuas que han sido escogidas y cuestionadas en su derecho de permanecer o no, incólumes y altivos, o ser defenestrados y aniquilados; todo por sus preseas ganadas en la mala praxis del poder o de servirlo. Y más que el poder de turno o los vientos ideológicos que soplen, historiadores, sociólogos y sobre todo artistas deberían alzar la mano para intervenir. Ya lo ha hecho el británico Hew Locke, que redecoró el monumento al esclavista Eduard Colston, que en la modalidad de clavados cayó a las aguas del puerto de Bristol, peana que ahora ocupa (en impresión 3D) una activista del movimiento Black Lives Matter. O el artista francés James Colomina, quien, en Barcelona —después de que en sesión plenaria (muy civilizada) retiraran la figura del marqués y negrero español Antonio López y López— ha encaramado en su lugar una de sus obras rojas, Humanidad, un abrazo entre un muchacho y un gran oso de peluche.

       Por ahí debe ser la cosa. Intervenir o reemplazar con obras efímeras o permanentes que abran un camino, no para ocultar la historia y sus actores, sino como un ejercicio para redefinir relatos y protagonistas; actos que requieran menos músculo atlético y más seso gimnástico.

¿Por qué?

Se desempolvan algunos porqués, pues las respuestas aún desandan el aire, porque el viento de las horas no los despeina; y se añaden otros porque las preguntas se siguen asomando y porque a principios de cualquier enero da una pereza infinita escribir columnas.

¿Por qué duran tan poco los años?

¿Por qué los culpables insisten en que son inocentes?

¿Por qué el pan con mantequilla siempre cae por el lado de la mermelada?

¿Por qué las modelos de pasarela nunca sonríen?

¿Por qué me dijo que no, en lugar de decir que sí?

¿Por qué se sigue diciendo “de que” cuando no es, y se desecha cuando sí es?

¿Por qué duran tanto los domingos?

¿Por qué se me pierde un calcetín y no los dos?

¿Por qué el sorbete de curuba hay que batirlo otra vez?

¿Por qué, mi amor, por qué?

¿Por qué, Chiquitita, dime por qué?

¿Por qué las cerezas vienen de dos en dos del árbol y caen en los cócteles de una en una?

¿Por qué unos niños vienen con el pan debajo del brazo y otros no?

¿Por qué el rey de bastos tiene menos lustre que los monarcas europeos?

¿Por qué hacerlo difícil, si fácil también se puede?

¿Por qué los héroes del cine corren en cámara lenta con una explosión detrás?

¿Por qué será que no me gustan las cortinas?

¿Por qué será que el vecino de la acera de enfrente se compró un telescopio?

¿Por qué será que ser mujer es tan difícil si ser hombre parece tan fácil?

¿Por qué se calienta el huevo cuando lo frío?

¿Por qué los banqueros son ricos y yo no?

¿Por qué escupen tanto los futbolistas?

¿Por qué los reguetoneros no pasarán a la historia?

¿Por qué los ateos exclaman ¡Dios mío! cuando se les aparece el diablo?

¿Por qué será que ser hombre es tan difícil si ser mujer parece tan fácil?

¿Por qué Colón y Caperucita tomaron el camino más largo?

¿Por qué los basquetbolistas no escupen?

¿Por qué los creyentes dicen ¡al diablo! cuando deberían decir adiós?

¿Por qué soy esclavo de mi smartphone?

¿Por qué los políticos son ricos y yo tampoco?

¿Por qué no venden pulgares de repuesto?

¿Por qué Dumbo no vive en Botswana?

¿Por qué las hojas caen en otoño y no suben en primavera?

¿Por qué ahora los rusos y los chinos son más capitalistas que yo?

¿Por qué aumentan la edad de jubilación para los desempleados?

¿Por qué en Inglaterra gritan ¡yeah! cuando celebran un goal?

¿Por qué el punto G importa más que el punto de inflexión?

¿Por qué si reciclo, no me hacen parte del negocio?

¿Por qué los viejos roqueros están tan viejos?

¿Por qué es tan difícil conversar en lenguaje inclusivo?

¿Por qué no te vacunas, güevón?

¿Por qué no, ¿ovariona-güevona?

¿Por qué, per què, por quê, pourquoi, perché, warum, why?

Efemérides, o el lío de las fechas

Cuando cursaba la primaria, cuarto o quinto, a mediados de los 70, existía una actividad que se llamaba el Centro Literario. De Centro podría decirse que sí, que era correcto nombrarlo de esa manera, pero sería más preciso si dijera que más que centro, era al frente, en todo el centro. Y de Literario, pues algo, más bien pocón. Y sí, tocaba salir al frente, al centro y hacer “alguna gracia”. Algunos declamaban versos almibarados o coplas y retahílas populares. Alguien leía citas sacadas de la revista Selecciones y yo no fallaba con las Efemérides, las fechas notables. Y cuando llegaba el momento en que debía cubrir ese largo trayecto desde el pupitre hacia la tarima, no lo parecía tanto como el deseo de nunca llegar. Pero como tocaba, días antes buscaba en la pila de periódicos de casa y escogía varios hechos que cubrían parte del mes de turno. La sección decía: Hace 25 años, sucedió tal cosa, Hace cincuenta años, tales otras, y leía ante mis compañeros clavado en el papel: el 29 de febrero de 1975 –por decir una data inexistente– nació Nosequién, invadieron Quiensabedónde, encontraron Nosequécosa.

         Y no Hace mucho, para saltar en el tiempo mas no en las angustias, fracasé llenando un formulario en Internet. Bueno, sólo por unos minutos, pero tuve que empezar de nuevo la tortura porque la web, con delicadeza, me dijo: “mijo, así no se pone la fecha”, y me sacó de una patada poco delicada del sitio, como a un vaquero borracho del saloon. No sé ustedes, queridas lectoras y queridos lectoros, pero la notación de las fechas a veces nos confunde, según en qué idioma, según la ISO, la RAE y otras sabiondas; o según el genio informático, a saber: 29 Feb 75, 29/02/1975, o sólo el mes y el año, o te ponen a escoger en un menú, o de un calendario que a veces se atasca como se nos atascan algunos días. Y siguiendo con el tema pero cambiando, ignoro desde cuándo a ciertos acontecimientos se les arroga el número del día y la inicial del mes. Y sí intuyo por qué. Porque son días fundamentales, inolvidables o remarcables en el calendario de la humanidad. Verbi gratia (como decía el tícher de Castellano): el 11-S que es el 9-11 anglosajonamente escribiendo; ese día en que la televisión no paraba de repetir –como si fuera un gol inolvidable– el choque espantoso del segundo avión contra la torre gemela sur. Sí, fue terrible, pero también en un 11-S se inició la dictadura que duraría 17 años en Chile, o cayó Barcelona a manos borbónicas en 1714. Fechas globales que hacen olvidar fechas locales.

         Sigo saltando en el tiempo, y como arribamos al último mes del año, esperamos la llegada del día señalado, que se pregona desde el 2-N, es decir, después del Halloween y del día de difuntos. El 25-D, jornada en que nació Humphrey Bogart, dueño de la peor mejor voz del cine y adicto al fijador Lechuga; la misma fecha en que fusilaron a Ceausescu, el peor mejor opresor rumano y adicto a sí mismo; o día en que Joan Miró llegó desde alguna constelación, empedernido del crear y del tabaco. Un 25-D para conmemorar entre el mundo cristiano (y los conversos porque es festivo) el nacimiento de un tal Jesús de Belén de Judea, o sea, de Nazaret de Galilea. Buena fecha para que el niño de entonces y el de ahora, les desee Feliz Navidad, cuando sea Navidad. Y un año superior, si no es mucho pedir.

Curso lento de idiomas III

Navegando por ahí, aparecen documentos curiosos como el del señor Günter Haensch, lingüista, lexicógrafo y traductor alemán. Aparte de numerosos estudios y diccionarios de americanismos, dedicó, en no más de cuarenta páginas un texto llamado: “Anglicismos y galicismos en el español de Colombia”. Como ya sabemos (a veces no tanto) el lenguaje migra, se entromete, se aclimata, irrumpe, usurpa, se acomoda, se mimetiza, se apropia. El lenguaje es riqueza, diversidad; es sostenible, resiliente y resistente, como todo ahora. Es contacto, mezcla, revoltillo, sumas y restas, apertura de coco, acervo, herencia, futuro, entendimiento y choque, respect, fraternité, ignorancia y saber. En la Locombia (como en toda Latinoamérica) el idioma español, a diferencia de otros seres vivos, sólo crece y se reproduce, sin tregua, pero también atesora vocablos que suponemos muy nuestros, pero que en realidad son préstamos de otras lenguas, que las han traído a su vez, de otras y éstas de otra, así, hasta llegar a las lenguas madres y abuelas.

         Presentamos aquí algunos ejemplos de la recopilación del citado y desaparecido estudioso teutón (“contaminado” por colombiana); todos, ilustrados con las mejores intenciones y como es costumbre, con sus bienintencionados aguijones.

Carro. Vehículo de transporte, del inglés car, que en el Reino de España insisten en llamar coche, palabra de origen húngaro, al parecer. Si se le dice auto o automóvil deberíamos entender.

Clóset. Armario empotrado adonde acuden amantes furtivos y de donde otros salen. En el cono sur, prefieren el francés placar (placard). También salen y entran las mismas criaturas.

Gamín. “Niño de la calle”, importado de Francia (el término, no el niño) que solía (suele) deambular por las calles en búsqueda de comida, pilatuna o pillaje menor. Algunos se han instalado en órganos legislativos en búsqueda mayores ambiciones.

Briqué. Del franchute con te final. Adminículo que algunos llaman encendedor, yesquero, mechero, fosforera, que cuesta hacer funcionar cuando no fumamos y que cuesta pedir cuando queremos fumar. Algunos piden candela, fuego y listo.

Coche. Vehículo de transporte para bebés, que en la península insisten en llamar carrito.

Brasier. Sutián en algunos condados, sostén en otros, sujetador también; artilugio de postura elemental para sus usuarias y de incomprensible desmonte para algunos opuestos.

Vestier. También, probador, vestidor. Lugar pequeño donde caben tres chicas; teatrino donde se prueba ropa que se pretende comprar, otra que nunca llevaríamos y otra inalcanzable.

Coche (2). Carruaje, vehículo tirado por caballos, prohibido por algunos burgomaestres que, a su vez, se transportan -con suficientes caballos de fuerza (horse power), o caballos de vapor (cheval-vapeur)- en suntuosos cochazos y carrazos.

Bluyín. Prenda gruesa de algodón para meter las piernas (y la pata si cabe), generalmente de color blue y en forma de jean. En España, vaqueros, y a su vez éstos, cowboys.

Champaña. Bebida muy reputada si se pronuncia champán, mejor aún si se arriesga decir champagne. Si no hay capacidad de rie$go, vino espumoso.

Chores. Pantalón corto que en Bermudas son traje oficial masculino y en las zonas tórridas del mundo se las pone todo el mundo. Al cortar un bluyín, se obtienen unos shorts o mochos.

Chofer. Así, palabra aguda, como algunos conductores y las choferesas. En Hispania, le zamparon la tilde, chófer, como si viniera del inglés y condujeran por la derecha.

Ful. Que el cine está lleno. Que al carro no le cabe más gasolina. Que al clóset no le caben más infieles, que al vestier no le caben más infielas. Ful-chévere-bacano. Ciao pescao.

Las vanidades de la Feria

         Tal vez suene trasnochado el tema, pero quedan flecos no contados acerca de la presencia colombiana en la 80ª Feria del Libro de Madrid que terminó el pasado 26 de septiembre. Las editoriales y los libreros quedaron contentos con los resultados y la asistencia, a pesar de las eternas colas y el espacio reducido. No así medio país invitado, a causa del resbalón del Embajador y toda la avalancha que se le vino encima; es cierto que el diplomático rectificó, pero le pasó como al niño que mete el dedo en la cubierta en su torta de cumpleaños y al tratar de maquillarla, empeora.

          Ya ha corrido mucha tinta, saliva y píxeles, y gente más versada habrá dicho más o menos todo. Pero la verdad más llana es que los “organizadores colombianos” no querían en la Feria a gente que no rezara su canon. Lo tenían clarísimo. Y no les importó. ¿Candidez? ¿Prepotencia? ¿Ignorancia? ¿Vanidad? Pocos, salvo ellos y sus pajes se creyeron el cuento de la “neutralidad”. Como asistente autoinvitado, debo decir algo que no se sabe. Hace un año (las fuerzas oscuras a simple vista) echaron a la caneca el proyecto Transterrados del Instituto Caro y Cuervo, iniciativa que incluía en dicha Feria a algunos escritores residentes en España, entre poetas y narradores, menos célebres, pero en pleno derecho. Y otra perla: los consulados en España (poco antes del evento) convocaron a escritores y vinculados al libro para presentar propuestas para asistir a la Feria, con la promesa de darles un espacio (se entiende que además una silla, un micrófono y una botellita de agua) pero con la salvedad de “Hacerse cargo de las invitaciones y la convocatoria al evento”. Es como decir: si su presentación es aceptada —como dicen acá— usted se lo guisa y usted se lo come. Creo que la convocatoria nació muerta (me abstuve de participar) o la desaparecieron en el país de los desaparecidos.

          Por otra parte, hay que puntualizar que el país invitado de honor era Colombia (la literatura colombiana), no el gobierno de Colombia. Es decir, los creadores, tanto de ficción, poesía, o ensayo. Y todos no podíamos ser invitados, es evidente. Como es evidente que si un país (su gobierno) se precia de “diverso y vital” como cacareaba el eslogan, habría invitado a lo mejor de sus escritores. Sabemos que las listas en el ámbito que sea nunca son del agrado de todos. ¿Las diez mejores  películas del siglo XX? ¿Las 50 mejores novelas de la historia? Aquí entra la señora subjetividad a jugar. ¿Dejarías por fuera Ladrón de bicicletas? Dejarías al margen Archipiélago Gulag? Creo que no. Apellidos como Bonet, Ospina, Vallejo, Restrepo o Vázquez, te gusten menos o más, son figuras internacionales, traducidas y requeridas en encuentros de todo el mundo. Si los dejas fuera de una cita tan importante como irrepetible, es que además eres sectario(a) y vengativo(a). Seguro que estos y otros autores(as) habrían estado encantados en asistir, pero no representando a un gobierno sino ofreciendo su literatura al público madrileño y a los miles de colombianos que viven allí. 

         Pero no, la presencia de una Colombia no fue más que un sainete a la mejor manera nacional. El gobierno colombiano hizo el ridículo antes de empezar la Feria (y deben creer que nadie se dio cuenta). Lo curioso es que el escándalo fue lo poco que la prensa madrileña reseñó acerca del país invitado. Si hubieran estado quienes debieron estar, seguro que el taco de gente habría sido mayor, las charlas habrían estado más nutritivas, la prensa más pendiente y las filas para firmar libros habrían colapsado el recinto, síncope truncado gracias a las lumbreras vanidosas que tuvieron un año extra para preparar la Feria, tiempo suficiente para cagarla. Y lo lograron.

 

Cosas perdidas

         Se llama Alejandro y conduce una ambulancia en Valencia. Es de suponer que es un buen hombre, que acude y ayuda a personas en problemas, las transporta al hospital y con seguridad habrá influido en la salvación de más de una vida. Buenas vidas. Malas vidas. Digo esto porque soy interesado directo en una buena acción de este señor.
         Buenas tardes, por favor a Urgencias del Peset, le dije al taxista. No habíamos avanzado diez metros y el tipo me dice algo así como que hubiera preferido llevarme a otro lugar, seguramente al sentir mi voz trémula; agitada sería más preciso. No era una urgencia urgente como él intuía y como yo quisiera que se demore. Bueno, y la agitación no era otra cosa que la consecuencia de un despiste: la pérdida de mi billetera. ¿Dónde, a qué hora, cómo? y toda esa barahúnda de preguntas y reproches, además de la perspectiva del papeleo venidero para volver a ser alguien. Y de pronto, la llamada del conductor de una ambulancia para decirme que la había encontrado en la calle y que me esperaría para entregármela.
         Sin duda, hay buenas personas por todas partes y hacen buenas acciones sin esperar nada; como hay malas personas por ahí, repartiendo vilezas como si nada. Me interesan las buenas personas. No me importa si es ministra o cerrajero, si es hombre, mujer, no binario y su etcétera. Me interesa si es buenagente al natural, si es competente, si hace feliz a otro con un gesto, si no cultiva enemigos por deporte.
         Dándole una vuelta al asunto podría nacer una cuestión: ¿Qué hace a una persona ser mala persona si ser lo contrario es tan sencillo? Pues, es que ser rufián, matón, patán, ladrón es mucho más fácil, dirían algunas. El mal. El bien. Que discusión tan larga. El bien como una cosa ideal. El mal como una cosa real. ¿Cosas perdidas o cosas por encontrar? Si nos metiéramos en dichos berenjenales, en dichos zarzales, se nos atravesarían palabrejas como Ética, Voluntad, Justicia; apellidos como Hobbes, Schopenhauer, Kant además de todos los superhéroes religiosos y sus supporters, que también tendrían algo que decir. El bien o el mal. Cosas que para unos lo son, para otras no tanto. No se trata de cifrar a malos malísimos y buenas buenísimas como en las telenovelas. Todos cometemos cagaditas y otras sin diminutivo. ¿Quién no? Pero lo cierto es que sí hay casos perdidos que no es lo mismo que cosas extraviadas. Dicen por ahí los que piensan, que el ser humano por naturaleza nace bueno. Y que el hombre (léase también mujer) es lobo para el hombre. Y lo de la mala leche también debe ser cierto; hay especímenes que a falta de lactosa han sido amamantados con desastrosa. Hay gente que es encantadora por fuera y en casa se desquita. Y personas que son entrañables en familia y en sus oficios llegan a ser detestables, hasta temibles. Pongamos dos ejemplos pendejos (uso el plural en búsqueda de cómplices). A ver, Pablito era un dadivoso sin igual con el pueblo de Medellín y muy generoso en plomo y bombas. Adolfito sentía devoción especial por los perros de pura raza y exterminaba a una comunidad plena de impurezas. Y los dos querían mucho a la mamá, comprobado. Y comprobado estaría que —de haber sido posible— si estos señores en sus últimas y extremas urgencias hubiesen necesitado asistencia, estoy seguro de que Alejandro habría estado allí, haciendo bien su trabajo. Ahora, ignoro si alguno de estos dos famosos —de habérsela tropezado— me hubiera devuelto la cartera.

 

Pásate por la GALERÍA. No cuesta nada. Bueno, tal vez.

“Lo niego todo…

…incluso la verdad”. Empiezo así, robando a mano desarmada el verso del maestro Sabina, que es alumno, niega cuando afirma y afirma cuando niega. Parto de aquí para adentrarme —no tanto, no tanto— en el esclarecedor mundo de la negativa y la repulsa, en estos tiempos en que nada es lo que era ni hace falta, en estas eras cuando todo es lo que fue y será lo que se ignora.

         Cuando la verdad incomoda o negarla es consolador, surgen grupúsculos o verdaderas muchedumbres y salen a vociferar Noes en garganta y pancarta. No, Not, Ne pas, 不要 (léase bùyào). ¡En Wuhan bùyào! “Que no, María Cristina que no, que no”, cantaba Ñico Saquito (gracias Don Google). “Que no, que no, que el pensamiento / no puede tomar asiento” agregaría Aute. Y así, el cancionero podría seguir negando lo innegable sin pretender —claro— la fundación de un nuevo culto. Cosa que sí han hecho algunos iluminados e iluminadas que predican esta religión sin deidad y sin credo porque “non credo”. Non credo que en Auschwitz exterminaron más de un millón de judíos, non credo que ahora los judíos roban día a día la tierra Palestina, non credo que lo de Franco fue una dictadura. Señoras y señores, adolescentas y adolescentos, niñas y niños: el Negacionismo está aquí. No creo, del verbo creer, no del verbo crear. No creo en virus, ni en Miley Cyrus, No creo en pandemias ni en academias, No creo en mi espejo, ni en el de la luna, menos en la vacuna. Lo niego tó. ¿Que me tome la sopa? No. ¿Que me puedo contagiar? Sí pero No. ¿Que puedo contagiar? No, las gripitas No se transmiten, se adquieren. ¿Que por qué No llevo mascarilla? Porque No. No me diga que el tal bicho No desaparece cuando voy al restaurante. No me diga que No se esfuma cuando fumo en el café. No me diga que No va a la playa porque le fastidia la arena. No.

         ¿Será que son muy machos o muy machas? ¿Muy tontas, muy tontos? No. ¿Quieren vivir la vida que dura tan poco? Tal vez lo consigan. ¿Quieren morir jóvenes para dejar un lindo cadáver? ¿Será que me estoy volviendo chocho? Nooooooo-ó ¡qué va! No creer es un derecho, como creer es otro. La evidencia es la evidencia y el embuste es el embuste. ¿Egoísmo puro e inmaduro? ¿Individual? ¿En caterva? A ver, todos a conjugar: Yo contagio, Tú contagias, Él contagia, Ella también. Nosotros nos contagiamos, Vosotros os vacunáis, Todos morimos; tarde o temprano pero estiraremos la pata. No me digan que No. Entonces, señorita negacionista, señorito negacionisto, ¿les apetece que les tosa un mojito en las fauces, que les estornude un gin & tonic en el hocico? ¿O qué tal un coctelito de Remdesivir agitado no mezclado; o un Sarilumab con mucho hielo, unas gotas de Interferón Beta más una rodaja Anakinra? (Gracias Doña OMS). Una delicia, estarán en cama separada y atendidos por unas camareras que van de astronautas como en un Halloween interminable. Chévere. Guay.

         Y para cerrar con más música y que no pare la fiesta, citemos al gran Lennon que cantaba: “I don’t believe in magic”, ni en el I Ching, ni en Elvis, ni en Jesús, ni en los mismos Bítles: Dudemos hasta de la duda, digamos que dijo Descartes y mientras siga sonando el sonajero, esperemos hasta que el No parezca Sí, hasta que el Sí parezca un Quizás, hasta que el papel higiénico escasee otra vez y los contradictores acudan con apremio —raudos y creyentes— a dar otro uso a las mascarillas.

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Curso lento de idiomas II

         El idioma español es utilizado por casi 550 millones de personas en todo el mundo, entre hablantes nativos, quienes lo han aprendido, los que lo chapurrean y los cerca de 30 millones que lo están estudiando en países no hispanos. Después del chino mandarín es la segunda lengua nativa en cantidad superando al todopoderoso inglés, aunque la nuestra sea lengua oficial en menos países que el English que lo es en 59 estados. Pero eso son sólo numeritos. ¿Pero qué clase de español hablamos? (Se aclara que en España las lenguas oficiales son el castellano, el euskera, el catalán, el gallego y el valenciano, entre otras variantes geográficas). Repeat please. Entonces así: ¿Cuál es la calidad del castellano que hablamos, escuchamos, escribimos y leemos? Para empezar habría que decir que el diccionario de la señora RAE en su 23ª edición (2014) publicó 220.000 acepciones dentro de las que se encuentran 19 mil americanismos y sepultó cerca de 1500 palabrejas. Ya están preparando la versión número 24, que costará más de los ciento y pico de dólares actuales y pesará más o menos cuatro kilos. Eso daría para unas cuatro docenas de cervezas y una charla larga, de esas que depuran el lenguaje y lo enriquecen. Pero esos son sólo numeritos, “numeritos”. También se cuenta que una persona de educación promedio suele tener en el coco unas 20000 palabras activas y el doble de pasivas, o sea que las sabe, las ha escuchado o leído alguna vez, pero que poco o nunca utiliza.

         Lo cierto es que —así seamos unas lumbreras o hablemos hasta por los codos— no llegamos a utilizar ni a la cuarta parte de los vocablos del idioma obligatorio. Bueno y como también en el DRAE se han introducido 2557 Novedades pues acerquémonos a algunas de ellas, con la acostumbrada metida de cuchara.

Amusia. Incapacidad de reconocer o reproducir tonos o ritmos musicales. Especialmente los generados por el rap, trap, reguetón y otras disonancias.

Biocida.Que destruye seres vivos, particularmente los perjudiciales para el ser humano. O, término auto-atribuido por algunas fuerzas estatales.

Cubicaje. Acción y efecto de cubicar. Clarísimo.

Postureo. Actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción. Exclusivo para nativos españoles. El resto de hispanohablantes sólo se jactan.

Buenismo. Actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia. Talante aplicado a algunos jefes de gobierno enajenados.

Táper. Recipiente de plástico con cierre hermético que se usa para guardar o llevar alimentos. Si no cierra bien, debe llamársele túper.

sexo. m. [...] ‖ sexo débil. m. [Enmienda de acepción de forma compleja]. Conjunto de las mujeres. U. con intención despect. o discriminatoria. … ‖ sexo fuerte. m. [Enmienda de acepción de forma compleja]. Conjunto de los varones. U. en sent. irón. (Se reproduce tal cual. En caso de duda, consúltese cubicar).

Clic. Onomatopeya para reproducir ciertos sonidos, como el que se produce al apretar el gatillo de un arma, pulsar un interruptor, etc. Ejemplo: pelotooooón, ¡clic!

Refajo. Cuba. Prenda de vestir interior de mujer, que tiene tirantes y llega hasta la altura de la falda. En Col. bebida alcohólica (cerveza+gaseosa colorada) que puede incitar a quitarla.

Posverdad. Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Véanse Biocida, Buenismo.

Porro. Además de puerro, música y canto originarios de la costa norte de Colombia con influencia de los ritmos africanos o baile que se ejecuta a su compás. También se puede bailar sin fumárselo.

Entre paréntesis

         Una vocecita me ha estado diciendo que escriba acerca de otras cosas, que deje a un lado temas tan fútiles, tan laxos. Salvo la primera columna que trataba del éxodo venezolano, las demás, en su mayoría (o casi) elude la realidad real. Y se ha hecho adrede pues basta consultar cualquier medio para atragantarse con el tema de turno. Todos, los especialistas de todos los bandos pontifican sin solideo con arengas o sesudas disertaciones que se vuelven virales (quiero ser viral como el SARS-CoV-2). Ni hablar de los ajusticiamientos vía redes. Cuánta virulencia. Cuánta ponzoña. Entonces, ¿para qué echarle azúcar a la miel?

         Pero si le hago caso a esa señal, si quisiera sumarme a la ristra de gurús tal vez diría (desde la comodidad del exilio voluntario) algunas cosas. Parto con el recuerdo de una calcomanía disuasoria que exhibían en sus vitrinas algunos comercios pequeños: “Hoy no fío, mañana sí”. Diría que si cada quien se esculca y se mira en la foto diaria que nos toma el espejo y piensa: hoy no me aprovecho del otro, hoy no me cuelo en la fila, hoy no pago favores, hoy no prevarico, hoy no gobierno peor, hoy no empeoro como opositor, hoy no tuiteo tonterías, hoy no reenvío cortedades, hoy no panfleteo. En resumen: hoy no la cago, mañana sí. Con esos y otros “Hoy no esto, mañana sí”, tal vez las cosas cambiarían sin darnos mucha cuenta. (Iluso).

         Hablando de panfletos, éste (que no difama) se lee en distintas latitudes del orbe (no muchas) y no creo despistar si digo que estoy hablando de Colombia, la tan de moda, la tan mediática. No descoloco si digo que en Locombia, my Colombia tricolor (la de los narcos de perfil bajo, la de algunos políticos (bastantes) más bajos aún, la de ciclistas héroes, la de guerrilleros y militares fracasados, muy resilientes y tal, todos (no tantos); la de reguetoneros multimillonarios, la de mucha gente (demasiada) multiempobrecida, esa Colombia que se sacude y acude, que se insulta y se catapulta, que se empacha y emborracha, esa, ojalá, abra los ochenta y muchos millones de ojos y haga provechosa esta barahúnda desde todas las esquinas del apeirógono nacional. (Busquen la palabrita, la acabo de aprender; mejor lo digo, para que no me abandonen: es un polígono con infinito número de lados. Complicadísimo). Retomo el asunto: ojalá todas las Colombias (la atrincherada en sus blasones, la ahorcada con camándula, la adiestrada como borregos, la aborregada por diestros, la que se asusta con los daños pero no hace nada, la que hace daños y asusta, la que asusta y hace daño) se sirvan (repito) de esta encrucijada para abrir otra vía, elegir otro carril. (Dreamer).

         La ley es la ley, pero lo justo es mejor. La rabia es la rabia, pero lo sensato es mejor. El espejo es el espejo, pero roto es peor. Dirá usted. ¿Y este? ¿Se moja o no se moja? Lo que pasa es que soy hiperhidrofóbico. ¿Gira a la derecha o toma por la izquierda? Es que soy centroextremista. ¿Que qué propongo? Ya propuse. (Pero no mucho). Es que cuando medio país cacarea la paz y el otro medio la bombardea, desaparezco, cuando medio país está muy mal, re-mal, enmudezco, cuando el país entero es Patria Boba, padezco. No sé si prefiero escurrir la lágrima o inflar la yugular, si poner cara de peluche o dejar salir el monstruo que todos alojamos. (Ninguna de las anteriores). Prefiero escribir columnas blandas, adolescentes, invertebradas, que alcancen una sonrisa transparente, un agravio indiferente. Prefiero eso entre paréntesis (muy entre paréntesis).

 

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Sueño con bocas

         “No nos conoceremos, distantes uno de otro / Sentirás mis suspiros y te oiré suspirar. / ¿Dónde estará la boca, la boca que suspira?” (…) escribió Alfonsina Storni en su poema “Un día”.

         Un día, hace muy poco mudé de barrio. Y cambiaron las personas. La cajera del supermercado es india y veo su bindi en todo el centro de su frente como una diana roja. La chica de la panadería —latinoamericana de alguna parte— me sonríe con sus cejas como gusanos negros. La dueña del bazar chino —china— me cobra hablando con sus ojos en un español correcto a pesar de ser castellanomandarín. Y el ferretero lo hizo en un catalán del interior, dándome un par de consejos para instalar una hamaca que aún no tengo. Y los vecinos y vecinas —los que saludan al nuevo— lo hacen igual que todos, enmascarados, con la voz entrapada y el aliento turbio. No les conozco la boca aún; no sé si la tuercen al verme, si se pasan la lengua por el labio antes del “hola”; ignoro si les falta un canino, si llevan mostacho o carmín. Las de casa no cuentan y son las que nos recuerdan cómo son. De la nariz ni hablar. O sí. Las intuyo por la tirantez de la máscara, por el doblez de las orejas, dependiendo si el tipo de protección es FFP1, FFP2, FFP3, P1, P2, P3, EPI, si van adornadas con flores, mariposas, rayas, lunares, llevan la lengua de los Stones o las fauces de Marilyn.

         No es que extrañe en particular a los habitantes del anterior vecindario, pero al haberlos conocido enteros de mueca y sonrisa, de labia y silencio, y luego verlos cubiertos no significó gran cambio. Aunque no lo hagamos conscientes, a quienes conociste “antes de”, como que los sigues viendo completos con las facciones en orden. Primero la frente, los ojos, enseguida la nariz, la boca, la quijada; tu vista de rayos supermánicos lo soluciona y les ves la comisura cuando te dicen que va a llover en el ascensor aunque en los ascensores no llueva; le contemplas el mentón hendido a uno, el lunar que tan bien le queda en el cachete a otra, o adviertes en otro y de reojo sus pelillos salientes del garfio de ave rapaz. Pero ya no, en el nuevo condado son otras personas, incompletas, como yo.

         Sueño con bocas. Y cuando estoy despierto salgo a perseguirlas. Una oficinista fuma al frente de un edificio y veo cómo al dar una calada onda, sus labios finos se arrugan formando una O diminuta para después expandirse y desaparecer entre la humareda. Algo es algo. Otro señor se toma un carajillo en el bar de la esquina para animar el día y en movimiento similar contrae su boca y cuidando no quemarse, sorbe (primera vez que escribo esta conjugación); boca de labios asimétricos, pero boca. Y como las narices también meten las narices, pude ver como otro tipo en el banco de un parque se hacía una PCR con el índice derecho y sin esperar el resultado volteé para encontrarme de frente a una negacionista (o despistada) que igualmente asistió al examen nasal y me ofreció su belfo bruñido a punto de sonrisa, cosa que agradecí. Boca es boca. Y provocación es otra cosa.

         Sueño con bocas. Bocas que me hablen y pueda leer sus letras, bocas que rían y pueda contar su teclado, hasta soportaría si alguna me insulta con todo su fuego. Bocas que me silben, que me soplen, que un día me canten que Alfonsina no se ha ido en soledad.

 

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El mejor español del mundo

         No sé quién nos metió el gol. Pero eso se decía cuando corrían los setenta y yo corría sin hablar detrás de una pelota: "En Colombia se habla el mejor español del mundo" pregonó alguien y muchos nos lo creímos sin saber por qué tal medalla, y la sentencia se repetía de La Guajira al Amazonas (en estas regiones se hablan más de cincuenta lenguas) como un mantra criollo sin preguntarnos a cuenta de qué ni quiénes ni cómo habían dado con ese dato tan etéreo.

         No creo que se hable mejor la lengua madre (mamá Medea) en un lugar más al norte o más al sur, tan sólo cabría intuir que en América se instalaron castellanos de más arriba o de más abajo de la península y cada latitud pescó y acogió maneras de molerlo y descalabrarlo. Alguna vez viajé por carretera y carrilera por Suramérica (hay que alardear, chicanear, fardar) y antes de cruzar la línea ecuatorial ya no entendía algunas jeringonzas, así, con dos enes; y de ahí en adelante supe que el lenguaje de mi cuadra —con el que crecemos— se quedaba corto y tuve más claro que las palabras, todas, están a merced para combinarlas lo más lúcido y lucido que podamos. Mientras avanzaba cada tantos kilómetros escuchaba un español diferente, en sus notas y en su ritmo. Rumbo a Cuzco, me encontré en un trancón descomunal y pregunté a un lugareño qué pasaba y me dijo que era una trancadera. Entendí porque era evidente que la fila de buses y camiones y camperos se extendía en lontananza (me repele esa palabra, pero existe porque más de uno la entiende y escrita queda). Tal vez la pregunta sobraba, pero según donde hubiera estado, la respuesta podría haber sido: atasco, taco, embotellamiento y algunas más. Más adelante en Iquique, una señora que me acogió en su casa me ofreció porotos y como tenía mucha hambre dije que sí sin saber si era un molusco o alguna fritura. Ignorancia pura. Nada mejor que no saber para poder sumar. (Todavía hay quien se burla de cómo se dice esto o aquello en esta o en otra parte). Y para no alargar el viaje, en Buenos Aires me sacó de la resaca (guayabo, goma, cruda) un muchacho que gritaba al otro lado de la puerta, "el sodero, abrime, soy el sodero". Entendí cuando calmé la sed.

         Volviendo al reducto emparamado de donde salí, allí, de pequeño escuché palabras de esas que uno cree son las definitivas, que esas son las que son y punto. No son otra cosa que palabras aposentadas, detenidas en los relojes y que corren el peligro de desaparecer como las recetas inconfesables. Por ejemplo, en las cocinas se sentía bullir la sopa (mientras escribía el borrador en el teléfono, su corrector insistía en poner "billar"); o en el solar de las casas de antes, la gente pañaba moras o higos, o a los niños los regañaba el taita. Rezagos de gentes de Cataluña, de asturianos o vascos que dejaron parte de su diccionario (y algunos resabios) en nuestros condados sin conde.

         ¿Que en Santafé de Bogotá se habla el mejor castellano? En Piura dicen lo mismo. Y en las provincias de Valladolid o Palencia o en Burgos se darían en la jeta, en la boca, en los morros por atribuirse el origen de la lengua y su corrección al tratarla. El mejor castellano del mundo está en las calles y no sólo el que está “en letras de molde” como se decía antaño. Eso sí, el molde hay que romperlo una y otra vez, aunque sea para no entendernos.

Anuncio clasificado

         Hombre de cincuenta años bien vividos, mal recompensados. Estudios medios y competencias en oficios ad honorem, o sea, por la honra, por la sola satisfacción del trabajo, que para mí no es un enemigo sino un amigo que me da la espalda. En la actualidad gozo de empleo desechable, es decir, que puedo dejar en cualquier momento o que me pueden echar de un instante a otro. Soy solvente a medias, es decir, que carezco de soluto lo que me tacha como un tipo sin solución. También soy sostenible, no como los cultivos hidropónicos ni los modelos agrícolas sino que soy propenso a que me mantengan. Eso sí, soy impermeable a los avatares del mercado y estoy disponible a ponerle el pecho a lo que me pongan, excepto cambiar ruedas, inflar globos para fiestas y pasear perros.

         Presumo de ecologista. Por ejemplo, no tiro el empaque del chicle al suelo y el chicle me lo trago para no contribuir a las aceras dálmatas. No es que sea resistente al agua como los relojes finos, sino que opté por tomar la ducha un día sí un día no, y si el Sí cae en domingo, pues No. El planeta hay que cuidarlo, hay que tomar la ecología como una inversión; por ejemplo, ojo jóvenes: si van a comprar vivienda o terreno para construirla, que sea a más de 500 metros sobre el nivel del mar. Y no se preocupen por los mayorcitos, sabemos nadar y tenemos asumida la perspectiva de ahogarnos con las aguas saladas de la pena o del océano. Además, me precio de tener cuotas suficientes de resiliencia, esa palabreja que robamos a los sicólogos para acuñarla a toda suerte de prácticas y que las llamadas nuevas generaciones han adoptado estoicas —es de encomiar— lo aguantan todo, hasta que le bajen el sueldo y los sometan a teletrabajo los días de guardar. Me uno a sus sinsabores, resistamos, reciclémonos, reinventémonos, así solicitar patentes salga muy caro. Soportemos que nos deban dos meses de sueldo pero no tres, toleremos órdenes pero no mandamientos. Yo, por lo menos aguanto eso y más, gracias a que soy ¿cómo se dice? free spirit, libre de sulfitos como los vinos responsables, aunque pueda tener trazas de bachiller y me hayan dicho hasta guapo.

         Aclaro, estas líneas, aunque parezcan un curriculum vitae son un anuncio, de los que cobran por palabras y que dadas las circunstancias y la extensión no sé si me alcancen las monedas. En resumen, Hombre con los atributos expuestos con anterioridad so-li-ci-ta: dama emancipada, de las de antes o de las de ahora; no me malentiendan, no empiecen a buscar epítetos contra este su servidor. Empiezo de nuevo: mujer muy mujer, de la misma edad o inferior para no tener que llamarle vieja pendeja cuando riñamos. Preferible feminista moderada, no de las que se comportan como los individuos que dicen combatir y adoptan posturas como las que desean abolir; que no se sienta menos si le cedo el puesto en el bus, que no me cape en las redes sociales por un piropo que en los noventa no sería más que un requiebro baboso. Una mujer que no me recoja la ropa del suelo, que no agradezca que orine sentado. No importa si es carnívora o vegana de verdad, no de postura. Necesito una dama que me quiera lo justo y me acepte como un error. (Interesadas abstenerse).

 

Este texto —escrito en un folio de rayas y en tinta verde— fue encontrado dentro de un tratado sobre absurdismo y es reproducido con oportunas censuras, pues la libertad de expresión empieza y termina cuando y donde conviene. Como en las parejas.

 

Restaurantes después y antes

         Al parecer un tal monsieur de apellido Boulanger, en la París prerrevolucionaria servía algunos “caldos reconstituyentes” en su establecimiento de la rebautizada Rue du Poulies, ahora de Louvre. Pues bien, unos empezaron a llamar a esta clase de locales boulangeries y otros parisinos optaron por las bondades del caldo, (que restauraba sus ánimos y sus barrigas) para nombrarlos restaurants, que doña RAE (que rae, roe y corroe) en su versión castellana expone como lugares “públicos donde se sirven comidas y bebidas, mediante precio, para ser consumidas en el mismo local”, y que dadas las circunstancias actuales debería replantear tal definición.

         Yendo un poco más atrás, recién han encontrado en Pompeya un termopolio, lo que vendría a ser un comercio callejero donde se vendían viandas y bebidas, el street food del siglo primero de la era cristiana. En las fotos difundidas por las agencias de prensa se pueden ver unos puestos de mampostería decorados en sus laterales con frescos muy vistosos, como un par de patos muertos a la manera de un bodegón de caza, un gallo altivo que los mira absorto que a su vez es asechado por un perro amarrado y hambriento; también dejan ver en su parte superior algunos recipientes de barro incrustados donde los arqueólogos hallaron restos de comida preparada con cerdo, cabra y caracoles entre otras delicias. Nada nuevo si se escarba otro poco y nos enteramos de que en Egipto ya había comedores de pago quinientos años antes de que el Vesubio sepultara con su vómito bermellón y gris a los pompeyanos y sus vecinos de Herculano donde también se han hallado esqueletos en lugares públicos similares a los que apenas podemos visitar dos mil años después. Si apeláramos a otra clase de mensajeros, Cervantes —por ejemplo— nos cuenta que don Quijote (que comía lentejas los viernes) visitaba fondas y ventas, apuraba yantares y potajes bajo su peste de amor; y Goya nos legó un cuadro con una pelotera frente a un mesón donde el viajero común iba a restaurarse. Sí, la gente siempre ha ido a esos lugares, sea de paso o como costumbre instalada. Nadie negará que si en casa se come rico, perfecto. Pero si se hace por fuera, por necesidad, por falta de tiempo o de talento, a la pípol le gusta ir a los restaurantes, al puesto de mercado o a la venta callejera para aliviar el buche o llenar la panza a placer.

         Si en el futuro —ese después que no veremos— los arqueólogos y antropólogos o como se hagan llamar, encuentran bajo toneladas de plástico y escombros robóticos el dibujo de dos panes con cosas en medio, o el de unos círculos cortados en forma de triángulos concéntricos, o unas sofisticadas cajitas con residuos de comidas muy chic, se sorprenderán de lo lúcidos que fueron los habitantes del siglo veintiuno; si hay suerte descubrirán letreros con inscripciones “para llevar”, delivery, take away, “cerrado” y tal vez los despojos humanos de un muchacho en bicicleta con una caja termopolio a la espalda lo más de curiosa. Tal vez les cuenten a sus congéneres humanoides sin pituitaria ni papilas posibles, que alguna vez hubo unos lugares de reunión donde más que comer y beber, se juntaban amigos y familias; dizque se sentaban y se contaban cosas, probaban del plato del vecino, se reían o hacían negocios (hasta dejaban fumar en otro siglo); relatarán que allí se pedían manos para casarse o ancas para jactarse, que se citaban al mediodía o al anochecer, y si había tiempo, licores y postres, conversaban en una larga, larga sobremesa.